En el mundo anglosajón la tendencia de ‘hazlo tú mismo’ tiene un nombre: Do it yourself (DIY). El problema puede llegar cuando la fiebre del DIY llega a actividades como la construcción y las reformas del hogar, donde las consecuencias de un trabajo mal hecho pueden resultar un quebradero de cabeza en el mejor de los casos.
La Asociación de Distribuidores de Cerámica y Materiales de Construcción (Andimac) ha lanzado un mensaje de advertencia: hay reformas en las que, como afirma el dicho popular, lo barato sale caro.
¿Cuáles son las líneas rojas que, una vez traspasadas, hacen que una reforma por nuestra cuenta no sea rentable? Se considera que la máxima del ahorro puede tener sentido a la hora de hacer pequeños arreglos, como renovar la pintura de una pared o cambiar una lámpara. Sin embargo, se vuelve en contra en reformas de más envergadura, como el cambio de suelos o la reforma del baño. Las citadas líneas rojas podrían ser “la necesidad de comprar materiales de construcción o de reparar una avería, como una humedad o una fuga”. En estos casos, siempre haría falta la actuación de un profesional.
Los distribuidores de estos materiales alertan también de los llamados “costes ocultos”, aquellos que no se suelen prever. El principal es el tiempo que se dedica a la reforma, teniendo en cuenta que solo tres de cada diez personas lo hace por diversión.
Por lo general estas reformas siempre quitan más días de los estimados inicialmente. Además, una vez se han iniciados los trabajos, se calcula que “toca volver al comercio de los materiales una media de 2,4 veces para buscar herramientas o componentes (lijadora, barnices, brochas etc.) que no estaban previstos”.